Información adicional
Peso | 0.156 kg |
---|---|
Autores | |
Cant. de paginas | |
Encuadernacion | |
Editorial |
Descripción
Un campo de concentración aún está habitado por sus muertos. Y solo un sobreviviente puede regresar a un campo, porque nadie regresa adonde nunca estuvo. Georges Didi Huberman se adentra entonces con pudor en el país fantasmal de Auschwitz Birkenau. Para asilar la esperanza de que no se repita, el horror debe experimentarse; para que el cuerpo aprenda a reconocer su pestilencia y a apartarse de ella, con su sabiduría enterrada de animal. Para experimentar el horror, hay que franquear el umbral de lo inimaginable y ser corteza, piel inmediata del árbol expuesta sin remedio al daño. No se trata, para el visitante de los campos, de recordar lo que no ha vivido, sino de sentir, vuelto corteza, lo que otros vivieron allí. Dolerse del otro al que ya no se puede tocar; disolver la línea del tiempo para acompañarlo en su martirio; deambular para encontrar al otro (el perdido, el quemado, el desaparecido) en las flores que pujan en la tierra arrasada, alimentándose de huesos y cenizas. Georges Didi Huberman fotografía lo que ve y se pregunta acerca de los modos de mostrar el horror.
En la puesta en escena del museo de Auschwitz, se interviene y se falsea tanto el espacio como el testimonio. Se miente para transmitir, supuestamente, la verdad. Las ruinas de Birkenau, intactas, se ofrecen a las manos de quien quiera exhumar el pasado, para que el pasado se desencadene y nos alcance. Didi-Huberman reflexiona sobre el turismo inocuo del recuerdo y la arqueología estremecedora de la compasión.
Lo hace mientras palpa las cortezas de los abedules de Birkenau. Mientras talla, sobre páginas que son corteza, su brevísimo atlas, conmovedor y contundente. Frente a tanta pedagogía memorística, este es su acto de transmigración. Este libro primero fue corteza. Ahora es un gesto de resistencia frente a la industria cultural de la memoria. Ahora es un árbol.