Información adicional
Peso | 0.24 kg |
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Editorial |
Descripción
Para ver la herida, hay que tocarla. Hay que tocar todo aquello de lo que no puede hablarse. El dedo incrédulo se hace ojo que explora y toca para abrir, con un gesto suave; abre para mostrar; unge y profana, para restituir al mundo la herida que el poder ha secuestrado. El poder trabaja para el olvido. Mostrar es montar sucesos menudos, para que asome su temblor, su condición de catástrofes en miniatura. No hay línea divisoria entre la vida privada y la historia pública. Toda herida es una herida de guerra. Así se hunde el índice de Sarkis en la leche de un cuenco, para desatar un remolino que genera y absorbe una flor roja; así rescata y enhebra Esther Shalev-Gerz los silencios que irrumpen, como clavijas dialécticas, en los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto. Así despliega Georges Didi-Huberman la historia ambigua de la leche, como don e instrumento de vírgenes y brujas, alimento y veneno, sustancia sexual que estructura y cohesiona, y se pudre, se infiltra y desordena. Materia impura. Blanca como el silencio de quien ha regresado del infierno y dibuja, en el silencio, el trauma. El desperfecto insoportable, la inquietud. ¿Cómo narrar el blanco sin traicionar su ambigüedad? ¿Cómo mostrar el silencio que auxilia la palabra, para hacerla posible y superar, a la vez, la desesperación de su indigencia?