Información adicional
Peso | 0.838 kg |
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Editorial |
Descripción
Las sublevaciones son hijas de las lágrimas. El llanto es una trepidación. La Historia es hija de las historias de quienes han llorado. Nace en el arco que va del dolor al deseo, de la pasión a la acción, de la opresión a la revuelta, a la sublevación que dice no. Quien dice no puede, después, decirlo todo. Cada vez que soy quemado, quemo. Por cada abatimiento, ira. Por cada tierra arrasada, imprecación. Mi movimiento es plural; mi duración, fluida. Mi emoción, ese fenómeno social, dice nosotros. No es la respuesta funcional que se espera de mí, no es un fetiche en el mercado de los llantos. La lágrima es cuchilla y tempestad. Así se llora en la escena de duelo de El acorazado Potemkin, en cuyo núcleo Georges Didi Huberman apoya su compás, entre una ejecución individual y una masacre de los inocentes, tejiendo el salto del ritual fúnebre ancestral al sismo político contemporáneo.
Stalin pedía un objeto de conmemoración y propaganda. Sergei Eisenstein le dio en Potemkin una celebración de la impotencia, un cine-puño o puñal que rasga el dogma, la imagen como corte o como atmósfera, beligerante o enamorada de otra imagen, que la afecta y la infecta a la vez, el montaje como psicotécnica: una geometría de los procedimientos y un latido, una respiración. No se trata de lo que el ojo ve, sino también de lo que conmueve al ojo. Ruptura y éxtasis y metamorfosis, bengala y zigzag, sin reconciliación ni síntesis. El pavor que cae sobre cada signo de belleza, para prohijar otro modo de estar juntos.
Anclado en el Potemkin, Georges Didi Huberman traza en este libro la historia de la emoción desde Aristóteles a Gilles Deleuze, con especial atención a las oscilaciones de Roland Barthes entre la fobia por la histeria del sentido obvio que censuró en Potemkin y su rendición ante el detalle desplazado del sentido obtuso y la flecha del punctum a bordo de ese mismo acorazado. Este libro cuenta la historia en pedazos de Eisenstein, la historia de sus filmes en pedazos. Y detecta en la línea incandescente de su filmografía la tarea incansable de la imagen, es decir, del gesto, tal como la detectara, tocándola al mirar, Aby Warburg: hacerse emoción que piensa, migrar sin brújula oficial, sobrevivir.