HOLLYWOOD AÑOS DORADOS 1940

En 1940, el cine de Hollywood vivía su más esplendoroso apogeo. No hubo resaca tras el mítico 1939. Todo lo contrario. Las grandes películas se sucedieron vertiginosamente con incluso más frecuencia que el año anterior. Charles Chaplin conmocionó al mundo con El gran dictador, Alfred Hitchcock se estrenó en la Meca del Cine por todo lo alto con Rebeca, y John Ford alcanzó una de sus cimas con Las uvas de la ira. Walt Disney produjo nada menos que Pinocho y Fantasía. Lubitsch firmó su deliciosa El bazar de las sorpresas, Hawks Luna nueva y Cukor Historias de Filadelfia. Fritz Lang debutó en el color con La venganza de Frank James, lo mismo que DeMille con Policía montada del Canadá. Aquel año debutó en la dirección el gran Preston Sturges, Tyrone Power nos brindó el mejor Zorro del cine, Groucho gritó ¡Más madera! y Bette Davis acribilló a su amante en La carta. ¡Ah, y para los expertos nació el cine negro con la no muy conocida El extraño del tercer piso! Casi una treintena de autores analizan en Hollywood años dorados: 1940 la apabullante lista de grandes títulos acumulados en aquel año. El forastero, El puente de Waterloo, Recuerdo de una noche, Más fuerte que el orgullo, Espejismo de amor, La pasión ciega, Mi mujer favorita, Sinfonía de la vida, La nueva melodía de Broadway.

Las películas de Sydney Pollack tratan de las relaciones humanas. Su estilo, en apariencia clasicista, no fue producto de la copia sino de la reflexión. Se dio cuenta de que nada, ni siquiera la cámara, debía estorbar a sus amantes, a través de los cuales podía contar cualquier historia. Su voz como narrador surgió poco a poco y en su búsqueda, como les ocurre a los héroes mitológicos, se encontró con desafíos pero también con ayuda. Primero de un maestro, Sanford Meisner, que en su escuela de actores, la Neighborhood Playhouse, le enseñó, más que una teoría de la interpretación, una manera de entender el arte; después de un protector, Burt Lancaster, quien recondujo su carrera profesional, y, finalmente, de un aliado, Robert Redford, con el que construyó un personaje romántico y legendario y descubrió los grandes temas de su filmografía. El viaje tuvo su recompensa. Una obra coherente, personal y llena de amores frustrados, con la que aquel chico que en 1952 abandonó una pequeña comunidad de Indiana con la idea de probar fortuna como actor se ganó el derecho a que se le contase entre los directores que durante los años setenta transformaron el cine americano.