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Editorial |
Descripción
La estética nazi ofrece un exhaustivo recorrido por el interior del mito del nacional-socialismo; examina sus metáforas y da cuenta de su estructura. Según Éric Michaud, ese mito apeló a dos grandes modelos: el arte y el cristianismo. El propio Hitler se presentaba como el Cristo alemán y como el artista de Alemania y asimilaba el trabajo a la actividad artística con la expresión trabajo creador. Michaud busca establecer el lugar que ocuparon ciertas consideraciones estéticas en el dogma nazi, como por ejemplo el marcado apego al clasicismo. Aquí se analizan ideas como la condición de artista del Führer, la visibilidad del genio y su reproducción, las imágenes de la temporalidad nazi, el estatuto de la experiencia vivida en el ámbito de la pintura, las intersecciones entre artistas, trabajadores y soldados, la incidencia doctrinaria y sus conflictivas relaciones de figuras como las de Gottfried Benn y Richard Wagner, entre otras. A lo que apuntaba el nazismo en cada uno de los dos modelos del arte y del cristianismo, era al proceso capaz de conducir de la Idea a la forma. La Idea debía realizarse en la forma y la intención debía ser conservada en su pureza máxima hasta la etapa de la realización final. La Idea era comprendida como sueño o como visión de felicidad, y es por eso que el proceso de su realización era garantía de felicidad futura. Para dar consistencia al mito de la superioridad aria sustentada por el nazismo, la combinación entre el trabajo creador y sus resultados permitirían definir los contornos de una raza, libre de la mezcla con las demás. La fe en el mito se apoyaba en una doble operación sobre el tiempo histórico: la rememoración de los éxitos pasados y la anticipación de los éxitos futuros. La doctrina nazi postulaba un arte de la eternidad, que lograra reunir las dimensiones temporales en una religión del éxito y del resultado ario.