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Descripción
Con la misma erudición y amenidad que en sus Cartas norteamericanas (AH, 2008), el autor de estas Cartas del Mediterráneo Oriental se lanza ahora a contarnos su visita a Israel y Grecia. Combinando con sabiduría y humor la oscilación entre el conocimiento profundo y el viaje turístico, Burucúa no elude las distintas y críticas circunstancias que, por muy distintos motivos, atraviesan ambos países. La historia, el arte, la política, la religión, la mitología, la cultura, la geografía ninguno de estos temas le es ajeno. «Jerusalem o Atenas -escribe Burucúa-. Si fuese un joven, no podría dudarlo: recibiría todo de Atenas y su diosa protectora, algo menos de Apolo, fascinado por sus musas pero precavido ante sus veleidades; mucha, mucha Afrodita y casi nada del informe y joven Dionisos, a quien en verdad temo. Visto que soy un viejo, no me lanzo a las sublimidades de Jerusalem pero sí a la luz natural, a la caridad amable y contagiosa de Galilea. Un Jesús helenizado, no tanto el asceta Pablo, eso es lo mío.» En relación con la deuda que Alemania y Francia reclaman a Grecia, aquí se coloca a los supuestos acreedores como deudores: «No lo digo en broma -apunta Burucúa-, para nada. No sólo se trata del haber espiritual que entregó Grecia a Europa en materia de ciencia, pensamiento filosófico, teatro y producción poética, que ya eso sería más que suficiente, sino del haber artístico en obras de piedra, yeso, metal y otros materiales, que pueblan los museos de Inglaterra, de Francia, de Dinamarca, de Alemania. El valor en euros o libras esterlinas de esos corpora supera holgadamente los miles de millones. Así que () a hacer bien las cuentas, a convencer a los banqueros de que la deuda más que de Grecia sigue siendo con Grecia, y por muchas generaciones si se tienen en cuenta los intereses que corren hasta el día en que la rapiña sea reparada.